Cuando era adolescente, recuerdo haber sentido que el mundo era un rompecabezas gigante y yo no tenía ni idea de dónde encajaba. Las emociones me golpeaban como olas en una tormenta: un día estaba eufórico por un mensaje de un amigo, y al siguiente me sentía perdido, preguntándome quién era realmente. Como redactor y alguien que ha caminado por ese sendero, sé que la adolescencia es una etapa de transición intensa, y por eso me apasiona compartir cómo un psicólogo adolescentes Vigo puede ser un faro en medio de la niebla. En mi propia experiencia, y al hablar con padres y jóvenes, he visto cómo esta fase trae desafíos únicos: la búsqueda de identidad, esa necesidad ardiente de definirme más allá de lo que mis padres o la sociedad esperaban, me llevaba a probar nuevas amistades, estilos e incluso actitudes, a veces chocando con muros de inseguridad o confusión.
La presión social era otro peso constante. En el colegio, las redes sociales o las quedadas con amigos, sentía los ojos de todos juzgando cada paso, cada palabra, como si un foco invisible me persiguiera. Recuerdo haber pasado horas frente al espejo, preocupándome por encajar, por ser aceptado, mientras intentaba descifrar qué versión de mí mismo era la “correcta”. Los padres, por su lado, a menudo me contaban su desconcierto al verme cambiar de humor como si alguien pulsara un interruptor: risas un momento, portazos al siguiente. Esa montaña rusa emocional es parte del crecimiento, un torbellino de hormonas, dudas y sueños que puede dejarte agotado. He aprendido que no estás solo en esto, y que los adolescentes y sus familias pueden encontrar un aliado en un profesional que ofrezca un espacio seguro, un rincón confidencial donde no hay juicios, solo escucha.
Hablar con un psicólogo fue, para mí, como encontrar un mapa en medio de un bosque desconocido. En esas sesiones, descubrí herramientas para entenderme mejor, como si alguien me diera una linterna para iluminar mis propios pensamientos. Aprendí a respirar hondo cuando la ansiedad por un examen o una discusión con amigos me apretaba el pecho, y a descifrar por qué ciertas palabras de un compañero me dolían tanto. Para los padres, este apoyo es igual de valioso: recuerdo cómo mi madre, al principio frustrada por no “entenderme”, encontró en las charlas con un profesional formas de acercarse a mí sin que sintiera que invadía mi espacio. Un buen especialista te guía para gestionar emociones, desde la rabia que te hace gritar hasta la tristeza que te encierra en tu cuarto, y te ayuda a transformar esos sentimientos en algo que puedas manejar, como un escultor que da forma a una roca tosca.
La autoestima, esa base que a veces se tambalea en la adolescencia, se convirtió en mi mayor conquista. En mi caso, un psicólogo me ayudó a ver mis fortalezas, a celebrar que era bueno escribiendo o que tenía un sentido del humor que hacía reír a otros, en lugar de fijarme solo en mis inseguridades. Para los jóvenes, este proceso es liberador: aprendes a quererte sin depender de los “me gusta” en una foto o de la aprobación de un grupo. A los padres, les da tranquilidad saber que su hijo está construyendo una confianza sólida, una que lo acompañará al enfrentarse al mundo. Cada conversación con un profesional es un paso hacia adelante, un espacio donde las dudas se convierten en claridad y las tormentas emocionales encuentran calma. El camino de la adolescencia no es fácil, pero con el apoyo adecuado, se transforma en una aventura de autodescubrimiento que fortalece a todos los que la transitan.