Pasear por las playas de Cíes: un encuentro con la serenidad atlántica

por | 11 octubre, 2025

Pasear por las playas Cíes es adentrarse en un pequeño paraíso donde el tiempo parece suspenderse. Desde el primer paso sobre la arena blanca y fina, la sensación de calma envuelve a quien camina, acompañada por el rumor constante del Atlántico y el perfume salino que flota en el aire. Estas islas, pertenecientes al Parque Nacional Marítimo-Terrestre de las Islas Atlánticas de Galicia, ofrecen un escenario natural que combina la fuerza del océano con una belleza de pureza casi intacta.

El visitante que se adentra en la playa de Rodas, la más famosa del archipiélago, comprende enseguida por qué fue considerada una de las más bellas del mundo. Su forma de media luna une las islas de Monteagudo y do Faro, creando una laguna interior de aguas tranquilas que contrasta con el bravo mar abierto del otro lado. Allí, cada paso descalzo sobre la arena es un acto de conexión con la naturaleza; cada ola que roza la orilla, un recordatorio del poder del mar.

A medida que avanza el paseo, el sonido de las gaviotas se mezcla con el susurro del viento entre los pinos. Las sombras alargadas de los eucaliptos acompañan el camino y, de vez en cuando, un rayo de sol se filtra entre las ramas, iluminando los reflejos turquesa del agua. Es un paisaje cambiante, donde la luz se transforma constantemente y la mirada nunca se cansa de descubrir nuevos matices.

Más allá de Rodas, otras playas como Nosa Señora, Figueiras o Bolos ofrecen rincones más recogidos, donde el silencio domina y el horizonte se abre sin límites. En Figueiras, la llamada “playa de los alemanes”, la sensación de aislamiento es aún mayor; el murmullo de las olas parece acallar cualquier pensamiento, invitando a la introspección.

Caminar por las playas de Cíes no es solo un paseo, sino una experiencia sensorial completa. La brisa marina refresca la piel, el sonido del mar marca un ritmo lento y natural, y la mirada se pierde entre el azul profundo y el blanco luminoso de la arena. Al final del día, cuando el sol comienza a caer sobre el Atlántico, todo se tiñe de dorado, y quien camina comprende que la verdadera belleza de Cíes no está solo en su paisaje, sino en la paz que deja en el alma.