Susana recibió la noticia con frialdad, algo que sorprendió a todo el mundo, incluso a los médicos. Es cierto que todo hacía indicar que padecía algún problema grave, pero no es lo habitual que una paciente escuche que tiene cáncer y reaccione con tanta entereza. Y no, no se hallaba en una de esas cinco fases que dicen tiene una persona cuando se enfrenta a un gran problema. Fue fría al principio… y al final.
Lo primero que dejó claro Susana a los médicos es que quería entender bien la enfermedad: no quería olvidarse de ello y dejarlo todo en manos de los doctores. No, quería saberlo todo para poder afrontar el tratamiento con una mejor actitud: comprender que el duro tratamiento era necesario para atajar el problema.
Y así es como Susana empezó su particular batalla contra el tumor esofago. Ninguno de sus familiares había oído hablar de un problema similar: no era un tipo de cáncer habitual, pero eso fue un acicate más para Susana, enfrentarse a algo desconocido por muchos y salir a flote. Y a pesar de su entereza, rápidamente comprendió que necesitaría de más apoyo que ella misma y los médicos: necesitaba conocer gente con problemas similares para compartir experiencias.
No tardó en encontrar en la ciudad un grupo de afectados por este tipo de cáncer y comenzó a acudir a sus reuniones. En un principio, no obstante, no se sintió a gusto por su peculiar actitud. Nunca le gustó estar al lado de gente que pierde la compostura, pero Susana acabó comprendiendo a esas personas y su corazón se ablandó. No podía pretender que todo el mundo se enfrentara a la muerte como ella.
Susana hizo grandes amigos en el grupo de apoyo a enfermos con tumor esofago: se convirtió, de hecho, en una pieza clave del grupo, una especie de consejera a la que todo el mundo acudía con sus dudas.
Susana no logró superar la enfermedad, pero son su ejemplo de frialdad y valentía alentó a decenas de personas a luchar por vivir, con calma y tesón, igual que lo hizo ella hasta el final.