La primera vez que me decidí a comprar estores en Porriño recuerdo haberme sentido un poco abrumada. Tenía en mente la imagen ideal para el salón: quería algo moderno, funcional y que filtrase la luz con elegancia, pero al mismo tiempo necesitaba conseguir un estor distinto para el dormitorio, algo que aportara más intimidad y calor de hogar. Al llegar a la tienda, me encontré con un universo de posibilidades que no sospechaba. Allí estaban los estores enrollables, tan populares por su facilidad de manejo y su apariencia limpia y minimalista. También me llamaron la atención las venecianas, con sus lamas ajustables que permiten graduar la entrada de luz a placer, ya fueran de madera, aluminio o PVC. Por otro lado, me sorprendieron los estores romanos, con su tela desplegándose en pliegues elegantes y suaves, ideales para aquellos que quieren vestir la ventana con un toque más clásico sin perder la practicidad.
Cada tipo tenía sus peculiaridades y exigía pensarlo dos veces antes de lanzarse a la compra. Para la cocina, por ejemplo, decidí optar por un estor enrollable fácil de limpiar y resistente a la humedad, mientras que en el salón elegí un estor romano de una tela un poco más pesada, capaz de tamizar la luz de manera acogedora. El dormitorio, por su parte, me pedía algo que me ayudase a regular con más precisión la claridad, así que, tras varias consideraciones, las venecianas me parecieron la solución ideal. El truco estaba en encontrar la armonía entre estética y funcionalidad, porque no tiene sentido tener un estor muy bonito pero poco práctico, ni uno totalmente funcional pero que no encaje con el estilo que deseamos.
Al principio, no estaba del todo segura de si debía elegir colores neutros o, por el contrario, algo con más personalidad, como un tono intenso que contrastara con las paredes. Me di cuenta de que el estor forma parte de la decoración, y su presencia se nota a la hora de crear ambiente. Si las paredes eran claras y los muebles sencillos, tal vez me atreviera con un estor de un tono gris antracita o incluso un estampado discreto. Por el contrario, si ya tenía suficiente color y elementos decorativos en la habitación, una opción más neutra me ayudaría a equilibrar el conjunto.
En Porriño no tardé en encontrar tiendas donde se podían personalizar las medidas, los tejidos y los acabados. Me gustaba la idea de poder encargar algo a medida, sobre todo en ventanas de dimensiones poco estándar. Además, muchos establecimientos ofrecían asesoramiento, lo que me resultó de enorme utilidad, ya que tenían en cuenta la orientación de la ventana, el tipo de vidrio, la luminosidad y el uso que daría a la habitación. Con sus consejos, me sentí más segura y confiada a la hora de elegir.
Al cabo de poco tiempo, comprendí que el estor era algo más que un simple cubrimiento para la ventana; era una pieza fundamental de la decoración, capaz de cambiar la atmósfera de la estancia con un simple gesto. Después de la instalación, me sorprendió lo mucho que aportaban esos detalles. El salón parecía más acogedor, la cocina más práctica y ordenada, y el dormitorio había ganado una intimidad que antes no tenía. Puede que al principio parezca un proceso algo complejo y que las posibilidades abrumen, pero una vez que la decisión está tomada, la recompensa es inmediata. Todo el espacio se ve transformado, y las ventanas, antes un mero hueco en la pared, se convierten en elementos protagonistas de la escena.