Antes de casarme, solía pensar en la cantidad de tiempo y dinero que pierde la gente a la hora de organizar su boda y me decía que yo nunca haría tantas ‘tonterías’. Pero cuando ‘llegó mi hora’, tuve que pasar por el aro en casi todas esas cosas que yo mismo ridiculizaba. Porque, al fin y el cabo, uno solo se casa una vez, ¿no? O al menos esa en la intención cuando dices el “sí, quiero”. Así es que, llegado el momento de preparar la boda, mi futura mujer y yo nos pusimos manos a la obra para tener todo listo para el gran día.
Y como si se tratase de un proyecto laboral o de un complicado examen final, hay que ponerse a ello con varios meses de antelación. Pero para ser más efectivos, nos repartimos las tareas de forma que cada uno se encargaba de determinados aspectos de la boda y luego lo poníamos en común para tomar la decisión definitiva. Y en este momento yo estoy atareado con las invitaciones, un aspecto secundario en una boda pero que hay que hacer con tiempo. Ya se sabe que es bueno entregar las invitaciones con tiempo para que los invitados vayan organizándose y confirmen o no su asistencia.
Para diseñar las invitaciones de boda me fui a una Imprenta especializada en esta clase de trabajos. Porque es verdad que con las bodas a veces se gasta un poco más de la cuenta, pero, ahora ya me doy cuenta: lo que los novios deseamos es que todo esté lo más perfecto posible cuando llegue el día. Y con el tema de las invitaciones yo quería algo elegante y distinguido, pero no kitsch. Porque me han entregado invitaciones de boda de todos los colores y sabores, como se suele decir.
Lo bueno de las invitaciones es que teníamos tiempo de sobra, así que no teníamos que estar presionando a la imprenta para que nos haga el trabajo ‘para ayer’. Más bien queríamos trabajarlo con mimo y detallismo revisando diferentes modelos hasta dar con la tecla. Y es que mi mujer también quería como yo algo original.