Recibir la invitación de una boda u otra celebración formal es un honor al que debe corresponderse, ante todo, con el debido respeto a la etiqueta. A la hora de elegir vestidos de ceremonia para niñas o adultas, surgen interrogantes como la comodidad de una tela, si está de moda, etcétera. Sin embargo, la cuestión central debería ser el código de vestimenta, que condiciona todo lo demás.
Los anfitriones del evento deciden el estilo, la permisividad de las prendas y, en definitiva, el nivel de formalidad exigido a los invitados. Estas directrices configuran el código de vestimenta, y dado que no hay dos iguales, la tradición impuso una serie de etiquetas orientativas que permite hacerse una idea del grado de solemnidad de la ceremonia.
En primer lugar, la etiqueta white tie se destina a eventos nocturnos que exigen la máxima formalidad, como las galas, los actos conmemorativos o los eventos con invitados distinguidos (autoridades clericales, dignatarios políticos, etcétera). Para cumplir con este código, las mujeres lucen vestidos con cola o rectos, siempre largos y de colores sobrios como el azul marino y el negro, con ocasionales prendas de tonos metalizados. Mientras que la joyería y otros complementos son bienvenidos, los estampados y otros motivos llamativos deben quedarse en el ropero.
Por su parte, los invitados masculinos cumplen a su manera con esta etiqueta: visten frac con pajarita o corbata y camisa blanca, indispensable de puños franceses para adornarlos con gemelos. Mientras que el chaleco es obligatorio, la levita es prescindible según la ocasión.
Menos estricta es la etiqueta black tie, recomendada para nupcias de día y de noche. Se busca garantizar la elegancia, sin constreñir la creatividad. Esta última está más presente en la black tie optional, una etiqueta de vestimenta que ofrece más libertad a los invitados. Vestir según los propios gustos, siempre con el debido respeto, es la posibilidad que ofrece la etiqueta creative black tie, que se identifica con el polo opuesto de la white tie.